Leer ROMANOS 3.23-26
En nuestra cultura, el pecado ya no se considera un problema. Aunque algunas personas pueden reconocer que cometen errores o que se equivocan, pocas realmente dirán: "He pecado". Sin embargo, el Señor toma al pecado muy en serio. Hasta que aprendamos a ver al pecado como Él lo ve, nunca entenderemos lo que sucedió en la crucifixión de Cristo.
La cruz fue la respuesta perfecta de Dios a un terrible dilema. Porque el Señor es santo y justo, Él odia el pecado y tiene que responder al mismo con ira y castigo. Pero también ama a los pecadores, y quiere reconciliarse con ellos. La cruz de Cristo fue el lugar donde la ira de Dios y el amor se encontraron.
La única manera de rescatar a la humanidad del castigo eterno, fue idear un plan para que el Señor pudiera perdonar los pecados sin faltar a su santidad. No había manera de pasar por alto el pecado; su ira tenía que derramarse, ya fuera sobre nosotros o sobre un sustituto. Pero solo había un posible sustituto: el Hijo perfecto de Dios.
El Señor Jesús vino entonces a la Tierra como hombre, y sufrió la ira del Padre por nosotros en la cruz. El pecado fue castigado, la justicia divina quedó satisfecha, y ahora Dios podía perdonar a la humanidad sin contradecir su carácter. Su ira se derramó sobre su Hijo, para que su amor y su perdón pudieran ser derramado sobre nosotros.
Por nuestras limitaciones humanas, jamás llegaremos a comprender todo lo que pasó Cristo en la cruz. Podemos intentar comprender el sufrimiento físico que padeció, pero en el reino espiritual, sufrió la mismísima ira de Dios. Este plan de redención tan costoso demuestra el gran amor de Dios
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